Por Effie Caldarola
En algún lugar de Nicaragua, un obispo católico languidece en prisión por su abierta oposición a las políticas de un gobierno injusto.
El obispo Rolando Álvarez, un apuesto y joven prelado de 56 años, ha sido acusado de "traición a la patria" y "atentado a la integridad nacional" por parte del régimen de Daniel Ortega. Anteriormente, 222 presos políticos, incluyendo sacerdotes, fueron liberados a Estados Unidos. El Obispo Álvarez estaba entre ellos en el aeropuerto.
Sin embargo, según un artículo de opinión de Scott Simon para la Radio Pública Nacional, el obispo "se detuvo en las escaleras del avión".
En "Un Obispo de Inmenso Coraje", Scott registró las palabras del Obispo Álvarez: "Dejen que los demás sean libres. Yo soportaré su castigo".
Para alguien como yo, que generalmente reconoce ser cobarde, este acto demuestra una valentía impresionante.
Pero algunas de las personas que más admiro son las que simplemente se mantienen fieles, las que escuchan algún llamado que quizás solo ellos puedan escuchar. Incluso el periodista Simon parecía un poco desconcertado por el hecho de que Álvarez no se subiera a ese avión.
En 1980, cuatro mujeres -- las hermanas Maryknoll Ita Ford y Maureen Clarke, la hermana ursulina Dorothy Kazel, y la laica Jean Donovan -- fueron brutalmente asesinadas por militares en medio de una guerra civil en El Salvador. Ellas no tenían que estar allí.
El padre Frans van der Lugt, un jesuita holandés, pasó 50 años de ministerio en Siria. Pero cuando el gobierno sirio, con la ayuda de Rusia, comenzó una guerra feroz contra las fuerzas rebeldes, el sacerdote tuvo todas las oportunidades para irse. En cambio, fue el último europeo que quedó dentro de la Ciudad Vieja de Homs cuando los combates la destruyeron. Hablando árabe con fluidez, se desempeñó como portavoz de los atrapados en la destrucción.
Entonces alguien vino por él y le dispararon en la cabeza en el jardín de su residencia.
Nuestra tradición católica tiene una larga lista de mártires, aquellos que no se van incluso cuando la persona promedio este en el próximo avión. Y siempre tiene algo que ver con la fidelidad a los pobres, esa opción preferencial por los pobres en el corazón de nuestra fe.
Así que aquí les presento a uno más. El padre Stanley Rother (ahora Beato Stanley Rother) era un granjero de Okarche, Oklahoma. Fue aceptado en el seminario, pero lo enviaron a casa porque no podía con los estudios académicos, especialmente griego y latín.
Afortunadamente, su obispo le dio otra oportunidad en otro seminario y fue ordenado para la Arquidiócesis de Oklahoma City. Este sacerdote rural se ofreció como voluntario para una asignación misionera en Guatemala, donde transcurría una guerra. Como siempre, la guerra afectaba más duramente a los pobres, a quienes Rother sirvió en un pueblo lejano, donde aprendió fácilmente un dialecto maya. Sabiendo que estaba en una lista de muerte, regresó a Estados Unidos, pero algo lo llamó de regreso al pueblo. Al igual que Frans van der Lugt, un día escuchó que llamaban a la puerta y lo mataron. (Para una biografía convincente del Beato Stanley Rother, lea "El pastor que no huyó" de María Ruiz Scaperlanda.)
Puedo pensar en muchas razones por las que ellos podrían irse. Álvarez podría hablar públicamente y educarnos sobre los problemas que enfrenta Nicaragua. Frans van der Lugt tenía 75 años cuando le dispararon. ¿Acaso no merecía morir en su propia cama?
Pero es Cuaresma. Entonces, dirigimos nuestros ojos a Jesús, y lo vemos dirigir su rostro hacia Jerusalén. Sabía lo que le esperaba allí. Sus discípulos estaban confundidos; Pedro le reprochó.
Pero Jesús tenía el tipo de integridad que lo impulsó a responder a un llamado del que podría haber escapado.
Oremos para conocer a Jesús y preguntarle cómo quiere enviarnos. Y oremos por el obispo Álvarez.