¿Recuerdan cuando dijimos que nunca volveríamos a minusvalorar la Eucaristía? ¿Cuándo tuvimos que ver la Misa en línea o desde los autos en el estacionamiento de la iglesia? ¿Cuándo cada parte de la vida parroquial, desde las clases de formación en la fe hasta los estudios bíblicos y las galleticas después de la Misa los domingos, cambió de la noche a la mañana?
Hace tres años, la pandemia apenas comenzaba. El mundo entraba en cuarentena. La gran mayoría de la vida diaria de repente se centró en el hogar.
Mientras cada uno de nosotros lidiaba con los cambios bruscos que se daban en la sociedad, un efecto dominó inesperado fue que la iglesia doméstica se convirtió en la principal expresión de fe para la mayoría de los católicos. Ya no podíamos reunirnos para las celebraciones regulares de la Eucaristía en persona, pero podíamos unirnos en oración con la iglesia universal desde nuestras cocinas, dormitorios, y salas de estar.
¿Recuerdan cómo prometimos que nunca lo olvidaríamos?
El tercer aniversario de los confinamientos por la pandemia nos invita a pasar tiempo orando por lo que este tiempo trajo a nuestras vidas, familias, y fe. Debido a que fue en el hogar donde pasamos la mayor parte de los intensos meses de 2020, orar en casa puede ayudarnos a continuar navegando en un mundo cambiado.
Para recordar lo que el catolicismo enseña sobre la iglesia doméstica, es útil volver al Catecismo: "En nuestro tiempo, en un mundo a menudo ajeno e incluso hostil a la fe, las familias creyentes son de primordial importancia como centros de fe viva y radiante. Por esta razón, el Concilio Vaticano II, usando una antigua expresión, llama a la familia la ‘ecclesia domestica’" (CCC 1656).
Mucho antes de que el "Covid" o la "cuarentena" entrara en nuestro discurso diario, fuimos llamados a recordar que la iglesia no se limita a las cuatro paredes de un edificio sagrado. Cualquier momento y lugar donde nos reunamos como familia también puede ser una iglesia doméstica.
¿Cómo cambió tu propia iglesia doméstica por la pandemia?
Es posible que hayas pasado cada momento de 2020 o 2021 con tu familia, o que hayas experimentado un aislamiento profundo, deseando poder reunirte con tus hijos o nietos como antes. Es posible que te hayas perdido celebraciones importantes: bodas, graduaciones, aniversarios, funerales, o nacimientos. Es posible que hayas estado tan abrumado por el trabajo virtual y el aprendizaje a distancia, por las divisiones en las iglesias y las comunidades, o por las ansiedades sobre el futuro, que te resultó casi imposible orar.
O quizás has descubierto que las rutinas regulares de oración en medio del caos te mantuvieron en marcha.
No importa lo que hayas experimentado, la promesa de Dios se mantiene constante y fiel y continúa siendo verdadera. Cristo se ha quedado con nosotros, sin abandonarnos nunca, incluso cuando el mundo ha dado un vuelco total.
En acción de gracias a nuestro Dios fiel, podemos comprometernos a profundizar nuestras iglesias domésticas mientras buscamos fortalecer nuestras parroquias. Un paso simple que podemos tomar es seguir orando en casa.
Fija un tiempo y lugar especial para la oración diaria en el lugar donde vives. Permítete disfrutar de la presencia física de sacramentales como velas, rosarios, agua bendita, o estampas que te recuerdan la presencia de Dios en casa. Coloca un crucifijo, un ícono, o una obra de arte sagrada en tu pared para recordar a todos los que entran que este es un lugar de oración.
Deja que tu oración en casa abarque también a aquellos más allá de tus muros. Ora por tu parroquia, tu comunidad, y tus líderes. Ora por todos los que todavía no pueden recibir los sacramentos con regularidad. Ora por aquellos que no han regresado a la iglesia después de la pandemia. Ora por los nuevos miembros de la iglesia que todavía pueden estar tratando de sentirse como en casa.
Que nunca olvidemos los días en que cada oración se pronunciaba dentro de nuestras propias paredes.
Que ahora, demos gracias por cada vez que nos reunimos, por la gracia de adorar juntos en persona.
Sobre todo, que nunca vayamos a minusvalorar el don de la Eucaristía. Que saboreemos cada segundo de los sacramentos y las Escrituras que recibimos. Que cumplamos nuestra promesa de nunca olvidar.