Por el Obispo Robert Reed
A mi profesora, la Hermana Lydia, le tomó probablemente unos 90 segundos en contarnos la historia de San Tarsicio. Fue en un instante, pero nunca he olvidado aquella historia porque me impactó mucho.
Durante el tercer siglo, los cristianos tenían que reunirse en secreto para evitar la persecución. Un niño llamado Tarsicio (cuando escuché esto de niño, imaginé que tenía mi edad o era tal vez un poco mayor) se ofreció como voluntario para llevar la sagrada Eucaristía a los cristianos en prisión. En su camino, fue reconocido por un grupo de amigos que lo invitaron a participar en sus juegos. Sabiendo que él era cristiano y curiosos acerca de lo que Tarsicio llevaba consigo, la pandilla de chicos intentó arrebatarle la sagrada Eucaristía del doblez de la prenda en la que la estaba llevando. En un momento dado, el grupo de chicos se convirtió en una turba enfurecida que superó a Tarsicio, quien fue víctima de sus golpes. Murió mientras lo llevaban levantado, con el viático -- el alimento para su viaje de regreso a casa -- aún aferrado a su pecho.
A través del breve relato de la hermana, este niñito sentado casi al fondo del salón 1-A aprendió que la creencia en la verdadera presencia de Jesús en la Eucaristía se remonta a los primeros días del cristianismo, y que siempre ha valido la pena defenderla; y que, para Dios, el heroísmo, la santidad, y el amor por la Eucaristía nunca han sido exclusivamente reservados para los adultos. Las niñas y los niños también son capaces de amar tanto a Jesús que morirían por él. La edad nunca ha sido una barrera para la santidad.
"Viaticum" es una palabra en latín que significa literalmente "provisiones para el viaje"; y la palabra en sí se usaba más comúnmente como parte de los últimos ritos: en el sacramento de la extremaunción, después de la última unción, y las oraciones para una persona moribunda o en peligro de muerte. Las "provisiones" dadas para ese último ejercicio de vida no son nada menos que el precioso cuerpo y la sangre del Señor Jesús. Una pequeña migaja de la sagrada Hostia, o una pequeña gota de la preciosa sangre, contiene a Cristo en su totalidad, y esta Comunión está destinada a proporcionar el sustento espiritual necesario para que el alma se encuentre con Dios y reciba tanto su justicia como su misericordia.
Sin embargo, la verdad es que la Eucaristía es alimento para todos los días de nuestra vida, un sustento que lleva la realidad de la carne y la sangre del Dios encarnado, el Señor Jesucristo, a nuestras venas y nervios para nuestro bienestar espiritual, físico, y sí, mental.
¡Qué tremendo regalo nos dejó Jesús en este Santísimo Sacramento! ¡Qué increíblemente afortunados somos de saber que Dios está tan cerca de nosotros, que nos alimenta con sí mismo, el pan vivo bajado del cielo! Cuando pasamos cerca del sagrario, y ciertamente cuando lo recibimos en la Misa o en una cama de enfermo, estamos tan cerca del cielo como es posible en la tierra. Es el pan de los ángeles que consumimos, un misterio que solo comprendemos con el consentimiento de la fe.
Los Padres del Concilio Vaticano II enseñaron que la Eucaristía es "la fuente y la cumbre de la vida cristiana". En otras palabras, para que una vida sea verdaderamente cristiana, Jesús en la Eucaristía no debe ser solo una parte de la existencia de una persona, sino una realidad desde la cual todo fluye en su vida, y la meta hacia la cual todo en esta vida se dirige.
Y así, mientras hacemos este arduo viaje juntos, nos apoyamos en este alimento celestial. ¿Podemos sobrevivir sin Jesús los domingos? ¿Y que hay de hoy?
"Danos siempre este pan", dijo la multitud a Jesús. Y luego él declaró: "Yo soy el pan de vida . . . el que viene a mí nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed" (Jn 6, 34-35).
La santa Eucaristía es alimento verdadero para este camino desafiante; es verdadero consuelo para las heridas que soportamos mientras perseveramos. Y así, "viático" es una palabra que vale la pena volver a abrazar dentro de la práctica de nuestra fe, por su recordatorio potente de que, como el joven y afligido Tarsicio, caminamos este camino con Jesús el Cristo.