Mireia Bonilla – Ciudad del Vaticano
El Papa Francisco se ha asomado hoy – XII Domingo del Tiempo Ordinario – desde el Balcón del Palacio Apostólico para rezar junto a los fieles presentes en la Plaza y también con quienes siguen la transmisión desde casa, el rezo mariano del Ángelus. Pero antes de la oración, ha comentado el Evangelio del día en el que el Apóstol Mateo recoge la invitación que Jesús dirige a sus discípulos a no tener miedo, a ser fuertes y confiados ante los desafíos de la vida, advirtiéndoles de las adversidades que les esperan: “El pasaje de hoy forma parte del discurso misionero con el que el Maestro prepara a los Apóstoles para la primera experiencia de proclamar el Reino de Dios, ha explicado el Papa, asegurando que "el miedo es uno de los enemigos más feos de nuestra vida cristiana y Jesús exhorta no tener miedo". Después, Francisco ha descrito las tres situaciones concretas a las que se enfrentarán.
La primera situación a la que se enfrentaron los Apóstoles y de la que advierte el Papa es “la hostilidad de los que quieren silenciar la Palabra de Dios, edulcorándola o silenciando a los que la anuncian” y explica que en este caso, “Jesús anima a los Apóstoles a difundir el mensaje de salvación que les ha confiado”; mensaje – dice el Papa – que hasta el momento Él lo había transmitido “con cautela, casi en secreto”.
La segunda dificultad con la que se encontrarán los misioneros de Cristo es “la amenaza física en su contra, o sea, la persecución directa de su pueblo, incluso hasta el punto de que los maten” señala Francisco y exclama: ¡Cuántos cristianos son perseguidos aún hoy en día en todo el mundo! Si sufren por el Evangelio y con amor, son los mártires de nuestro día”.
Además, el Papa recuerda que a estos discípulos de ayer y de hoy que sufren persecución, Jesús les recomienda: «no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma». Es aquí que el Papa reflexiona sobre esto, explicando que no hay que temer a los que intentan extinguir el poder de la evangelización mediante la arrogancia y la violencia, pues no pueden hacer nada contra el alma, es decir, contra la comunión con Dios: “nadie puede quitársela a los discípulos, porque es un regalo de Dios. El único temor que debe tener el discípulo es el de perder este don divino, renunciando a vivir según el Evangelio y procurándose así la muerte moral, efecto del pecado”.
Por último, el Santo Padre cita el tercer desafío al que los Apóstoles se enfrentaron: “el sentimiento de que el mismo Dios los ha abandonado, permaneciendo distante y en silencio”. Francisco asegura que Jesús, también en este caso, “nos exhorta a no tener miedo, porque, aunque pasemos por estos y otros escollos, la vida de los discípulos está firmemente en manos de Dios, que nos ama y nos cuida”. De hecho – dice – “no es una simple exhortación a recuperar la fuerza y el coraje ante las tribulaciones y los peligros. No. Es una certeza precisa que el Señor nos invita a renovar nuestro viaje cada día y en todo momento”. Es por ello que concluye con su invocación a María Santísima para que nos ayude “a no ceder nunca al desánimo, sino a confiarnos siempre a Él y a su gracia, más poderosa que el mal”.