Manuel Cubías - Ciudad del Vaticano
México es un paso obligado para quienes buscan migrar por vía terrestre desde Centroamérica hacia los Estados Unidos. Son 936 kilómetros de frontera, aproximadamente. En esta extensión existen pasos legales y otros que no, que son utilizados por los migrantes para lograr llegar a los Estados Unidos. Casi todas las caravanas han intentado ingresar por los sitios que les pueden permitir una presencia legal en los diferentes países por donde transitan.
La región centroamericana presenta una migración intrarregional con destinos como México, Costa Rica y Panamá. A esta realidad hay que añadir el flujo de migrantes que en su mayoría proceden del Caribe, América del Sur, Asia y África. Además, se suma en los últimos años la presencia de venezolanos en la región.
El Covid-19, el impacto de los huracanes, la presencia de pandillas y el endurecimiento de políticas para obtener ingreso legal a los Estados Unidos y al tránsito por México agrava la realidad que viven los migrantes y aumenta los peligros a los que se ven sometidos en el camino. Tampoco se puede desconocer el creciente número de deportados.
Un informe presentado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) señala que las deportaciones desde México y EE. UU. han disminuido entre enero y mayo de este año: se repatriaron 44.928 personas que provenían de Honduras, Guatemala y El Salvador en comparación con las 52.708 de 2020. Pero las repatriaciones desde México aumentaron de 28.117 a 39.389.
El Cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, diócesis por “donde pasan cientos y miles de migrantes de Centroamérica, Cuba, Haití y otros países, incluso africanos y sudamericanos” identifica algunas de las causas que él escuchaba decir a los migrantes que tratan de llegar a los Estados Unidos: “pobreza, falta de trabajo y de oportunidades para sus familias, violencia e inseguridad. Querían buscar algo mejor para sus familias y para sí mismos. Muchos de ellos tienen parientes allá y los alientan a irse y les prometen que allá les encontrarán trabajo”.
Arizmendi recuerda el caso de “una mujer hondureña, en Palenque, con su hija de ocho meses, a quien le pregunté por qué se exponía con la niña a todos los peligros de la migración, y me dijo que, si no salía de Honduras, allá los “maras” la mataban a ella, a la niña y a la familia… Es comprensible que salgan”, puntualizó.
El prelado mexicano recuerda a uno de los actores principales del fenómeno migratorio: Los “polleros”, (personas que transportan a trabajadores indocumentados hacia los Estados Unidos) que “los explotan y se hacen ricos, pero la gente, con tal de huir, vende lo que tiene, aunque se arriesgue. A veces les cobran de 5 a 10 mil dólares por pasarlos, y hasta más”.
“Siempre hemos dicho que, mientras no se resuelvan los problemas de fondo en los países, la migración no se detendrá, ni aquí ni en otra parte del mundo. Lo vemos en nuestro propio México: si no hay oportunidades de mejorar las condiciones de vida, siempre intentarán salir hacia el Norte, Estados Unidos o Canadá, la mayoría indocumentados”, afirmó Arizmendi, quien puso en evidencia la necesidad de contar en los países con planes para erradicar la pobreza, dando a la gente buenos salarios y ofrecer a los trabajadores todas las prestaciones de ley, como se hace en Estados Unidos y Canadá: “Siempre hemos sostenido que, para mitigar la migración, en nuestros países debe haber condiciones de trabajo, de educación y de seguridad para los pobres; mientras esto no se logre, ningún muro detendrá la migración”, indicó el prelado.
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