Gabriella Ceraso - Ciudad del Vaticano
Primero la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia y luego un Motu Proprio Primo feliciter. Entre 1947 y 1948, Pío XII reconocía así una importante forma de testimonio entre los "católicos laicos comprometidos de manera particular" desde el siglo pasado y, señalándolos como "Institutos", extraía "la identidad específica del carisma" procedente de la secularidad, definida como la "razón de ser" de los propios Institutos.
Confiere así -recuerda hoy Francisco al inicio de la Carta dirigida a la presidenta de la Conferencia Mundial de Institutos de Vida Consagrada, Jolanta Szpilarewicz- "plena legitimidad a esta forma vocacional de consagración en el siglo".
"El documento de Pío XII fue en cierto sentido revolucionario", reitera el Santo Padre, retomando la expresión que utilizó en 2017 en un Mensaje a los participantes en la Conferencia Italiana de Institutos Seculares: "Han pasado los años y muchos han sido los cambios producidos en la Iglesia, en los movimientos y en las comunidades".
Desde aquí, por tanto, mirando al presente, el Papa les agradece por su servicio y su testimonio prestado que se renovará también en la próxima Asamblea en preparación, a la que -anuncia en la carta- "acudiré con gusto al final de los trabajos".
"Querida hermana -escribe Francisco dirigiéndose a Jolanta Szpilarewicz-, deseo invitarla, sobre todo en los próximos meses, a invocar de manera especial al Espíritu Santo para que renueve en cada miembro de los institutos seculares la fuerza creativa y profética que hizo de ellos un gran don para la Iglesia antes y después del Concilio Vaticano II".
Asimismo, el gran reto que el Papa prevé para los Institutos está en la "relación entre secularidad y consagración": para la consagración es fácil "asimilaros con los religiosos", -explica Francisco- pero "me gustaría que los caracterizara vuestra profecía inicial, en particular el carácter bautismal que connota a los Institutos seculares laicos":
«Sois animados, queridos miembros de los Institutos Seculares Laicos, por el deseo de vivir una "laicidad santa", porque sois una institución laica. Sois uno de los carismas más antiguos y la Iglesia siempre os necesitará. Pero su consagración no debe confundirse con la vida religiosa. El bautismo constituye la primera y más radical forma de consagración».
El bautismo -subraya el Papa- es la fuente de toda forma de consagración: nos hace "pertenecer a Cristo" y, por tanto, "santos". De hecho, es a través del bautismo que "nos fundamos en una comunión eterna con Dios y entre nosotros":
"Esta unión irreversible es la raíz de toda santidad, y es también la fuerza para separarnos a su vez de la mundanidad. El bautismo es, pues, la fuente de toda forma de consagración", escribe el Santo Padre.
Sus votos -continúa Francisco- son el "sello de su compromiso con el Reino" y la especificidad de su carisma como Institutos Seculares les llama a ser "radicales" pero también "libres y creativos" en su testimonio. De ahí la firme recomendación del Pontífice: "¡Sois institutos, pero nunca se institucionalicen!". Pero al hecho de tener que estar vinculados a la secularidad, el Papa añade otro elemento de identidad: "Sois como la "semilla y levadura", pero no anónimos" como se suele decir:
"Prefiero decir que estáis escondidos dentro de las realidades, como la semilla en la tierra y la levadura en la masa. Y no se puede decir que una semilla o una levadura sean anónimas. La semilla es la premisa de la vida, la levadura es el ingrediente esencial para que el pan sea fragante. Por eso os invito a profundizar en el sentido y el modo de vuestra presencia en el mundo y a renovar en vuestra consagración la belleza y el deseo de participar en la transfiguración de la realidad".
Pero también hay un nuevo horizonte que el Pontífice abre, un "nuevo paso" para dar: si originalmente se optó por dejar las sacristías, hoy el compromiso es hacer presente el mundo (¡no la mundanidad!) en la Iglesia:
«Muchas cuestiones existenciales han llegado tarde a las mesas de los obispos y teólogos. Vosotros habéis experimentado muchos cambios por adelantado. Pero vuestra experiencia aún no ha enriquecido lo suficientemente a la Iglesia. El movimiento de la profecía que os desafía hoy es el paso sucesivo a aquel que os vio nacer. No se trata de volver a la sacristía, sino de ser "antenas receptivas", que transmiten mensajes».
En cuanto al modo de vivir la religiosidad, Francisco aprovecha también para confiar a quienes pertenecen a los Institutos de Vida Consagrada una tarea respecto a la "degradación social y ecológica en la que se encuentra el mundo de hoy", "a causa de una religiosidad vivida de manera impropia". El Papa habla de una "mentalidad religiosa autorreferencial y cerrada, desencarnada e indiferente":
"Pienso en vosotros como un antídoto para esto. La secularidad consagrada es un signo profético que nos exhorta a revelar el amor del Padre con nuestra vida más que con palabras, a mostrarlo diariamente en los caminos del mundo. Hoy no es tanto el momento de los discursos persuasivos y convincentes; es sobre todo el momento del testimonio porque, mientras la apología divide, la belleza de la vida atrae. ¡Sed testigos que atraigan!
La secularidad consagrada está llamada -añade- a traducir en la práctica las imágenes evangélicas de la levadura y la sal. La invitación del Papa es, pues, a ser "levadura de verdad, de bondad y de belleza", "sal que da sabor, porque sin sabor, deseo y maravilla la vida permanece insípida y las iniciativas estériles". Luego, recordando las palabras de Pablo VI, Francisco renueva una petición:
San Pablo VI dijo: "Ustedes son un ala avanzada de la Iglesia en el mundo". Os pido hoy que renovéis este espíritu de anticipación del camino de la Iglesia, que seáis centinelas que miran hacia arriba y hacia delante, con la Palabra de Dios en el corazón y el amor a los hermanos en las manos. Estáis en el mundo para dar testimonio de que es amado y bendecido por Dios. Estáis consagrados para el mundo, que espera vuestro testimonio para acceder a una libertad que da alegría, que alimenta la esperanza, que prepara el futuro.