Por Thomas L. McDonald
Tengo un agujero en la cabeza; si, uno extra. Está ubicado en el hueso temporal, donde el cráneo cubre los canales semicirculares superiores, manteniendo una presión uniforme alrededor de las delicadas partes del oído interno, que es responsable de la audición y el equilibrio.
Mi cráneo no está a la altura de esta tarea relativamente simple. Además de migrañas vestibulares, sufro de dolores de cabeza, desequilibrio, problemas de visión, ansiedad, fatiga, confusión mental, y un problema auditivo poco común llamado autofonía. Escucho -- y con bastante fuerza -- mi pulso, el crujido de mis articulaciones, mis pasos, mi voz distorsionada, y otros sonidos corporales que es mejor no escuchar. De hecho, hasta puedo oírme parpadear.
Estaba en quinto año de formación para el diaconado permanente cuando este conjunto de problemas se convirtió en algo que ya no podía ignorar. Debido a que los ojos, el cerebro, y el oído interno están muy estresados tratando de reconstruir la información posicional de mi giroscopio interno dañado, comencé a tener la sensación peculiar de estar viviendo dentro de una realidad virtual que funciona mal. Es difícil hacer teología a nivel de posgrado mientras tu cerebro también está tratando de navegar en un mundo que parece extrañamente surrealista.
Cualquiera que se esté preparando para el ministerio puede contar historias sobre las pruebas que soportaron en el camino a la ordenación, y los hombres de mi clase no fueron la excepción. Estas pruebas pueden adquirir una dimensión espiritual, y la oscuridad sofocante a veces tiene una cualidad, una brusquedad, una fuerza, una particularidad, que se siente sobrenatural. En la vida de todos, es inevitable que caiga un poco de lluvia durante seis años, pero hay lluvia y luego hay huracanes.
Es difícil no preguntarse: ¿Por qué yo? Pienso en Santa Teresa de Ávila, tirada en el barro, y diciendo a Dios: "si así tratas a tus amigos, no me extraña que tengas tan pocos".
Por supuesto, la respuesta es "¿Por qué no yo?" O, como dice Charlie Brown, "¿Por qué yo, Señor? ¡No respondas eso!"
Ya sabía por qué: porque fue el sufrimiento lo que me trajo de vuelta a la iglesia hace 20 años. Nuestros desafíos nos acercan a Cristo, a la sombra de la cruz que cae sobre cada alma y es lo único que ha dado sentido al mundo. Hay una solidaridad radical de Dios con la humanidad en el sufrimiento.
¿Qué le da sentido al dolor? A menudo es inútil y miserable. Dios puede sacar el bien del mal, pero no es automático. Tenemos que cooperar con él. He visto que el sufrimiento crea más sufrimiento, pero también he visto acontecimientos terribles que conducen a gracias inmensas.
No podemos entender por qué todo tiene que ser tan difícil y cuando me presente delante de Dios para mi juicio final, tendré algunas preguntas. Quizá siempre he sabido la respuesta, aunque vagamente. A través del dolor, el Dios que siempre nos está llamando puede llegar a una humanidad obstinada. Es la forma en que rompe con nuestros pecados de arrogancia, orgullo, e idolatría.
La cruz es el significado, pero no es el fin: el fin es la resurrección. La renovación. El levantarse de nuevo. Caemos y, con cada caída, nos levantamos a una mayor gloria. Esas subidas y bajadas, como las olas del mar, nos hacen bajar para poder sostenernos.
Soy afortunado: el diagnóstico condujo a un tratamiento y una rápida mejoría en todo menos en mi audición. También es posible arreglar eso, pero implica hacer otro agujero en mi cráneo, y eso ya haría que tenga demasiados agujeros.
Mientras comenzaba a sanar, recordé que con cada prueba me acerco más y más a la cruz, que es el nexo de nuestra existencia, la intersección de nuestra vida y la vida de Dios. Es un misterio profundo: ¿Por qué el consuelo nos aleja de Dios y el sufrimiento nos acerca? Si Dios es amor, ¿no deberían los cachorros y el chocolate acercarnos y el dolor y la enfermedad alejarnos?
De alguna manera, nuestras comodidades amortiguan el sonido de la voz de Dios en nuestras vidas, mientras que nuestros dolores pueden hacerlo claro y reconfortante. Esa es la historia de los Salmos, que cada día me llevan a su mundo de lamentación donde Dios está cerca. Pascal en realidad nunca dijo nada sobre el agujero en forma de Dios en nuestros corazones, pero en los "Pensées" describe un abismo infinito dentro de nosotros que solo puede llenarse con un objeto infinito e inmutable.
En lugar de eso, tratamos de llenarlo de cosas, placeres, e ideas que nunca nos satisfacen por completo, y Dios debe desempacarlo para hacerse lugar a sí mismo. Y eso de desempacar duele. He llenado mi mente con tantas cosas que no son Dios durante tanto tiempo que no debería preguntarme por qué Dios necesitaba hacer un agujero en mi cabeza para hacer espacio.
Simplemente no esperaba que fuera tan literal al respecto.