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“Que el sentido de la justicia alimentado por la solidaridad con los que son víctimas de la injusticia, y alimentado por el deseo de ver realizarse un reino de justicia y de paz, no se apague en ustedes”, fue el aliento del Papa Francisco a los miembros del Consejo Superior de la Magistratura de Italia, a quienes recibió en audiencia la mañana de este viernes, 8 de abril, en el Aula Pablo VI del Vaticano.
Al saludar a las Autoridades Judiciales de los Tribunales y del Consejo Superior de la Magistratura, el Santo Padre recordó que la Constitución italiana les confía una vocación especial, que es a la vez un don y una tarea porque "la justicia se administra en nombre del pueblo"; por ello, están llamados a la noble y delicada misión de representar “el órgano que garantiza la autonomía e independencia de los magistrados ordinarios y tienen la tarea de administrar la jurisdicción”. Y comentando la escena de la viuda que pide justicia en el capítulo 18 del Evangelio de Lucas, el Pontífice dijo que, “todavía hoy, escuchar el grito de los sin voz que sufren la injusticia les ayuda a transformar el poder que han recibido de la Orden en un servicio a favor de la dignidad de la persona humana y del bien común”.
Asimismo, el Papa Francisco recordó la definición tradicional de la justicia como “la voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde”. Sin embargo, dijo el Pontífice, a lo largo de la historia hay diferentes formas en que la administración de justicia ha establecido "lo que es debido": según el mérito, según la necesidad, según la capacidad, según la utilidad. Para la tradición bíblica, precisó el Papa, lo que se debe es reconocer la dignidad humana como sagrada e inviolable. Además, el arte clásico ha representado a la justicia como una mujer con los ojos vendados que sostiene una balanza con los platillos en equilibrio, expresando así de forma alegórica la igualdad, la justa proporción y la imparcialidad requeridas en el ejercicio de la justicia. Según la Biblia, la justicia debe administrarse también con misericordia. Pero ninguna reforma política de la justicia puede cambiar la vida de quienes la administran, si antes no eligen ante su conciencia "para quién", "cómo" y "por qué" hacer justicia. Esto es lo que enseñaba Santa Catalina de Siena cuando decía que, para reformar, primero hay que reformarse a sí mismo.
La cuestión sobre el para quién administrar justicia ilumina siempre una relación con ese "tú", ese "rostro", al que se le debe una respuesta: a la persona del reo que hay que rehabilitar, a la víctima con su dolor que hay que acompañar, a los que se disputan derechos y obligaciones, al justiciero que hay que responsabilizar y, en general, a todo ciudadano que hay que educar y sensibilizar. Por eso, la cultura de la justicia reparadora es el único antídoto verdadero contra la venganza y el olvido, porque busca la recomposición de los vínculos rotos y permite la recuperación de la tierra manchada por la sangre del hermano (cf. n. 252). Este es el camino que, siguiendo la enseñanza social de la Iglesia, he querido indicar en la Encíclica Fratelli tutti, como condición para la fraternidad y la amistad social.
El acto violento e injusto de Caín, subrayó el Santo Padre, no se dirige contra el enemigo o el extranjero: se lleva a cabo contra los de la misma sangre. Caín no puede soportar el amor de Dios Padre hacia Abel, el hermano con el que comparte su propia vida. ¿Cómo no pensar en nuestra época histórica de globalización generalizada, en la que la humanidad se encuentra cada vez más interconectada y, sin embargo, cada vez más fragmentada en una miríada de soledades existenciales? La propuesta de la visión bíblica es, en el centro de su mensaje, la imagen de una identidad fraterna de toda la humanidad, entendida como "familia humana": una familia en la que reconocerse como hermanos es una tarea en la que hay que trabajar juntos y sin cesar.
Así, la cuestión histórica de "cómo" se administra la justicia pasa siempre por las reformas. El Evangelio de Juan, en el capítulo 15, nos enseña a podar las ramas muertas sin amputar el árbol de la justicia, para contrastar las luchas de poder, el clientelismo, las diversas formas de corrupción, la negligencia y las posiciones injustas de los ingresos. En cambio, el "por qué" de administrar nos remite al significado de la virtud de la justicia, que para ustedes se convierte en una prenda interior: no un vestido que hay que cambiar o un papel que hay que conquistar, sino el sentido mismo de su identidad personal y social. Para la Biblia, "saber hacer justicia" es el objetivo de quien quiere gobernar con sabiduría, mientras que el discernimiento es la condición para distinguir el bien del mal
El Papa Francisco también recordó a los Magistrados que, la tradición filosófica ha señalado la justicia como la virtud cardinal por excelencia, a cuya realización contribuye la prudencia, cuando los principios generales deben aplicarse a las situaciones concretas, junto con la fortaleza y la templanza, que perfeccionan su realización. El relato bíblico no revela una idea abstracta de la justicia, sino una experiencia concreta de un hombre "justo". El juicio de Jesús es emblemático: el pueblo exige condenar al justo y liberar al malvado. Pilato pregunta: "¿Qué ha hecho mal este hombre?", pero luego se lava las manos. Cuando las grandes potencias se alían para su autoconservación, los justos pagan por todo. La credibilidad del testimonio, el amor a la justicia, la autoridad, la independencia de otros poderes constituidos y un leal pluralismo de posiciones son los antídotos para evitar que prevalezcan las influencias políticas, las ineficacias y las deshonestidades varias. Gobernar el Poder Judicial según la virtud significa volver a ser la alta guardia y la síntesis del ejercicio al que están llamados.
Por eso, para que puedan llevar adelante esta noble tarea, el Santo Padre pidió que, el beato Rosario Livatino, el primer magistrado beatificado en la historia de la Iglesia, sea una ayuda y un consuelo para ustedes. “En la dialéctica entre el rigor y la coherencia, por un lado, y la humanidad, por otro, Livatino había esbozado su idea de servicio en la Magistratura, pensando en mujeres y hombres capaces de caminar con la historia y en la sociedad, dentro de la cual no sólo los jueces, sino todos los agentes del pacto social están llamados a realizar su trabajo según la justicia”. Cuando muramos, dijo Livatino, nadie vendrá a preguntarnos lo creíbles que éramos. Livatino fue asesinado cuando sólo tenía treinta y ocho años, dejándonos la fuerza de su testimonio creíble, pero también la claridad de una idea de la Magistratura a la que debemos aspirar.