Enrique Ciro Bianchi
El 8 de mayo es el día de la Virgen de Luján, patrona de la Argentina. Hace ya casi 400 años que eligió ese lugar en medio de las pampas argentinas para brillar irradiando vida hacia los cuatro puntos cardinales. El sitio que eligió era muy humilde: el medio del campo, donde todo era peligroso en esos tiempos y apenas vivía un puñado de gente de vida muy sacrificada. Hizo detener junto al río Luján la carreta y se quedó allí para siempre protegiendo a todos los que vayan a cobijarse bajo su manto. Ella puso la ternura de sus ojos en esos humildes hijos suyos, miró con misericordia sus luchas cotidianas para vivir y quiso empezar algo muy grande desde esa pequeñez. Ella, con su mano de madre fue formando una patria con los hijos que venían a ponerse bajo su mirada.
Lo primero que hizo fue tomarse para sí el más humilde de ellos, un negro esclavo recién traído de África llamado Manuel. Él se dejó tomar el corazón, se enamoró hasta el tuétano de esa Virgencita que cuidaba a aquellos campesinos. La tenía limpia, alumbrada y con flores y atendía a los devotos que visitaban la pobre ermita. Alma, vida y corazón le entregó para cuidarla, y Ella lo cuidaba a él.
En ese entonces, Buenos Aires era apenas un caserío polvoriento. Entre sus habitantes, muy pronto creció la fama de esta sencilla Imagen de la Concepción Inmaculada que estaba en un humilde ranchito en el campo. Era muy milagrosa esta Virgen, se decía. Al poco tiempo ya recibía devotos de muchos lugares. Como un hilo de agua que nace en los cerros y en el valle se transforma en caudaloso torrente, con los años se fue engrosando el número de peregrinos y se convirtió en este río vital por el que han pasado tantas generaciones de argentinos.
En los orígenes más remotos de nuestra patria, Ella ya estaba ahí, brillando e irradiando vida. Fue atrayendo a sus hijos y moviendo sus corazones para hacerlos más hermanos. Ella fue lentamente formando un pueblo. En los momentos más difíciles de nuestra historia estuvo presente. Ya tenía dos siglos en estas tierras cuando ocurrieron las invasiones inglesas. Fue bajo su manto donde se refugiaron algunos patriotas junto a Pueyrredón para organizar la reconquista. A falta de uniforme llevaron para identificarse lo que se llamaban “medidas de la Virgen”. Éstas eran unas cintas celestes y blancas -el color del manto de la Virgen- que medían lo mismo que la milagrosa Imagen y la habían tocado antes de ser impuestas a los devotos. Era una forma de ir a la batalla revestidos de su manto.
En 1810, a pocos días de la Revolución de Mayo, cuando Belgrano tuvo que ir al norte como improvisado general, pasó por Luján con su ejército a poner bajo los pies de la Madre la patria que nacía. Seguramente tuvo muy presente su figura al elegir los colores de nuestra bandera. En las dos batallas más importantes de Belgrano, y decisivas para la Independencia, tuvo su protagonismo la Virgen. La batalla de Tucumán en 1812 fue para el general un triunfo de la Virgen de la Merced y a Ella le entrega su bastón de mando unos días después de la refriega. A los pocos meses obtiene un triunfo resonante frente a los españoles en Salta. Dos de las banderas tomadas a los enemigos son enviadas al santuario de Luján, para que el pueblo las vea y al mirarlas le agradezca a la Virgen la protección con que Ella animaba este nuevo sueño de libertad.
En Luján, la Virgen entró en la historia del pueblo argentino. Por eso fue nombrada patrona de la Argentina. Ella comenzó como nuestra patria, humildemente, desde los más pobres. Pero fueron pasando los años y con esa atracción de Madre fue congregando un pueblo que hoy abarca a todo un país y hasta una Patria Grande.
Cuando nos acercamos amorosamente a nuestro pueblo, buscando poner un oído en su vida y otro en el Evangelio, percibimos que es tan potente la presencia de la Virgen de Luján que la fe nos hace ver que allí se cifra un misterio de la acción salvífica de Dios. Misterio que tiene que ver con la función que Jesús le encomendó a María al pie de la cruz: ser madre. Y una madre lo primero que hace es unir, reunir a sus hijos alrededor de ella para llevarlos a Cristo. Este encargo es el que estuvo cumpliendo durante estos casi cuatro siglos en Luján.
Desde 1887 se la presenta con una rayera gótica que lleva inscrita una frase tomada del documento de 1755 que elevaba al pueblo de Luján a la categoría de villa: “Es la Virgen de Luján, la primera fundadora de esta villa”. Si lo pensamos un poco, este lema se puede aplicar al pueblo argentino y expresa bien el trabajo de unidad que la Virgen viene haciendo en su historia. Ella es una fuerza de unidad, todos son sus hijos, sin distinciones, a todos convoca. Esto nos remite a otra frase que creemos que en el fondo significa lo mismo. Es aquella que hace mucho tiempo un padre argentino le dijo a sus hijos y que hasta el día de hoy resuena especialmente en nuestros corazones: “los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera”.