Salvatore Cernuzio - Ciudad del Vaticano
Una "masacre" ante la que se eleva un grito al cielo: "Que se ponga fin a esta guerra, que se silencien las armas, se termine de sembrar muerte y destrucción". Francisco habla en tono serio en el Aula Pablo VI. Ante sus ojos tiene las imágenes de más de 70 cadáveres de civiles esparcidos por las calles, con las manos atadas a la espalda, en Bucha, ciudad ucraniana a pocos kilómetros de Kiev, cuyas fotos han sido difundidas por las autoridades locales junto con denuncias de fosas comunes. Fotos de horror que han indignado al mundo y por las cuales se pide que se investigue por "crímenes de guerra".
Una "masacre" la define Francisco al final de la audiencia general. "Las recientes noticias sobre la guerra en Ucrania, en lugar de traer alivio y esperanza, atestiguan en cambio nuevas atrocidades, como la masacre de Bucha", afirma el Pontífice.
Crueldades cada vez más horrendas, llevadas a cabo también contra civiles, mujeres y niños desarmados. Son víctimas cuya sangre inocente clama al cielo e implora: "¡Que se ponga fin a esta guerra! ¡Que se silencien las armas! ¡Se deje de sembrar muerte y destrucción!"
El Papa pide a los fieles que recen por esto y con la cabeza inclinada, se recoge en silencio unos instantes. A continuación se levanta y muestra una bandera en dos tonos de verde, con una cruz dibujada y escrita alrededor en ucraniano: "Ayer, precisamente desde Bucha, me trajeron esta bandera. Esta bandera viene de la guerra, precisamente de la ciudad martirizada de Bucha", dice.
Se le unen en el escenario algunos niños ucranianos, acompañados por sus padres. El más pequeño en brazos de su madre, el mayor lleva un dibujo con manos blancas sobre los colores de la bandera ucraniana y un corazón junto a la bandera de Italia, que los acogió. "Saludémosles y recemos con ellos", insta el Papa Francisco. Y comenta:
"Estos niños tuvieron que huir y llegar a una tierra extraña: este es uno de los frutos de la guerra. No los olvidemos, y no olvidemos al pueblo ucraniano".
Francisco dobla la bandera, no sin antes besarla y bendecirla. Luego toma unos huevos de Pascua y se los regala a a los niños. Caricias, manos en la cabeza, un picotazo en la mejilla del pequeño: gestos de ternura para los que aún viven el shock del ruido de las bombas y la huida de sus casas.