ANDREA TORNIELLI
Il Sínodo se transforma para dar espacio al pueblo de Dios y que todos puedan hacer escuchar su voz. Este es el significado de las novedades introducidas en el proceso sinodal. El cardenal Mario Grech lo ilustra en esta entrevista con los medios de comunicación del Vaticano.
¿Por qué se ha postergado el Sínodo?
La asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos se celebrará en octubre 2023. Por una parte vino la situación dramática de la pandemia, que aconsejaba paciencia para un evento eclesial que requiere la presencia de los obispos en Roma, en su fase celebrativa. Por otra, era necesaria la exigencia de aplicar con mayor tiempo la normativa prevista en la constitución apostólica Episcopalis communio. El Papa Francisco publicó este importante documento el 15 de septiembre del 2018, transformando el Sínodo: de evento en proceso.
21/05/2021Antes, el Sínodo era a todos los efectos, un evento eclesial que se abría y cerraba en un tiempo determinado – generalmente tres o cuatro semanas – y que involucraba a los obispos miembros de la Asamblea. Esa forma de celebrarlo respondía a la configuración dada al Sínodo por el papa Pablo VI en 1965. Con el Motu proprio Apostolica sollicitudo, del 15 de septiembre de 1965, el Papa instituyó un organismo de los obispos “sometido directa e inmediatamente a la autoridad del Romano Pontífice”, que participase – como dice el título del Motu proprio – a la función petrina de “preocuparse por toda la Iglesia”. La finalidad del Sínodo era la de “favorecer una estrecha unión y colaboración entre el Sumo Pontífice y los obispo de todo el mundo”; de “procurar una información directa y exacta sobre los problema y las situaciones que preocupan la vida interna de la Iglesia y la acción que esta debe conducir en el mundo actual”; de “facilitar el acuerdo de las opiniones al menos en referencia a los puntos esenciales de la doctrina y en el modo de actuar en la vida de la Iglesia”.
¿Qué nos enseña en medio siglo la historia del Sínodo?
La historia del Sínodo muestra el bien que estas asambleas han hecho a la Iglesia, pero también cómo los tiempos han madurado para una participación más amplia del Pueblo de Dios, en un proceso sinodal que interesa a toda la Iglesia y a todos en la Iglesia. La primera señal fue pequeña pero significativa: el cuestionario enviado a todos en ocasión de la primera asamblea sinodal, en el 2014. En lugar de enviar a los obispos los Lineamenta preparados por expertos, solicitando sus respuestas que servirían a la Secretaría del Sínodo para elaborar el Instrumentum laboris, que se debatiría durante la asamblea; el Papa pidió que se pusiera en acto una escucha más amplia de todas las realidades eclesiales. Su discurso del 17 de octubre 2015, en el 50º aniversario de la institución del Sínodo, abrió totalmente el escenario sobre “la Iglesia constitutivamente sinodal”. Una de las frases más citadas de Papa Francisco proviene de ese discurso: “Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”, describiendo la Iglesia sinodal como la “la Iglesia de la escucha”, en la que cada uno aprende del otro: pueblo de Dios, Colegio Episcopal, Obispo de Roma. Aquí está, de hecho, diseñado el proceso sinodal, en el cual “el Sínodo de los obispos es el punto de convergencia de este dinamismo de escucha conducido a todos los niveles de la Iglesia”: en las Iglesias particulares, escuchando el pueblo de Dios; en los niveles intermedios de la sinodalidad, sobre todo en las Conferencias Episcopales, donde los obispos ejercitan su función de discernimiento; a nivel de la Iglesia universal, en la asamblea del Sínodo de los Obispos. Episcopalis communio no hace otra cosa que reconocer estas ideas.
¿Cuáles son, en síntesis, todas las novedades introducidas por este documento?
La primera novedad y la más grande es la transformación del Sínodo, de evento a proceso. Como ya he indicado: antes el Sínodo se limitaba a la celebración de la asamblea, ahora cada asamblea del Sínodo se desarrolla en fases consecutivas, que la Constitución llama “fase preparatoria, fase celebrativa y fase de implementación”. La primera fase tiene como finalidad la consulta del Pueblo de Dios en las Iglesia particulares. En el discurso del 50º aniversario el Papa insiste mucho en la escucha del sensus fidei del Pueblo de Dios. Se puede decir que este tema es uno de los más fuertes del actual pontificado: muchos interpretes subrayan justamente el tema de la Iglesia como Pueblo de Dios; pero aquello que más caracteriza a este pueblo para el Papa, es el sensus fidei, que lo hace infalible in credendo. Se trata de un dato tradicional de la doctrina, que atraviesa toda la vida de la Iglesia: “la totalidad de los fieles no puede equivocarse al creer”, en virtud de la luz que proviene del Espíritu Santo donado en el bautismo. El Concilio Vaticano II dice que el Pueblo de Dios participa en la función profética de Cristo. Por esto, es necesario escucharlo, y para escucharlo es necesario ir allí donde vive, en las Iglesias particulares.
El principio que regula esta consulta del Pueblo de Dios, es el antiguo principio que “aquello que interesa a todos debe ser debatido entre todos”. No se trata de democracia, ni de populismo o algo parecido; se trata de que la Iglesia es el Pueblo de Dios, y este pueblo, por el bautismo, es sujeto activo de la vida de la misión de la Iglesia.
¿Por qué es importante esta primera fase preparatoria?
El hecho de que esta fase sea llamada preparatoria podría confundir a alguno que piense que no forma parte del proceso sinodal. En realidad, sin esta primera consulta no habría proceso sinodal, porque el discernimiento de los pastores, que constituye la segunda fase, se realiza sobre aquello que ha surgido de la escucha del Pueblo de Dios. Se trata de dos actos estrictamente conectados, diría complementarios: las cuestiones que los pastores están llamados a discernir, son aquellas que emergieron de la consulta, no otras. El Instrumentum laboris se elabora sobre la base de estos dos actos, que pertenecen a dos sujetos: al Pueblo de Dios y a sus pastores.
El discernimiento de los pastores tiene su culmen en la asamblea sinodal, que recoge el discernimiento de todas las Conferencias Episcopales, nacionales y continentales, y del Consejo de patriarcas de las Iglesias Orientales: un acto coral que implica todo el episcopado católico en el proceso sinodal. ¿Cómo no esperar grandes frutos de un camino sinodal tan amplio y participativo? ¿Y cómo no esperar que las indicaciones que emerjan del Sínodo, a través de la tercera fase – la implementación – sean vectores de renovación y de reforma de la Iglesia?
¿Cuál ha sido la razón para que el Papa y la Secretaría del Sínodo abran este nuevo camino?
El proceso sinodal no se pensó en un escritorio, sino que surge del mismo camino de la Iglesia en todo el periodo post-conciliar. Al inicio todo se circunscribía a una asamblea de obispos. Pero Pablo VI aclaró que el Sínodo, como todo organismo eclesial, es perfectible.
Era un inicio. Sin aquel inicio, probablemente no estaríamos hablando hoy de sinodalidad y de Iglesia constitutivamente sinodal. El tema de la sinodalidad fue debilitándose en la praxis eclesial y en la reflexión eclesiológica del segundo milenio en la Iglesia católica.
Era una práctica típica de la Iglesia del primer milenio, continuada después en la Iglesia ortodoxa. La novedad en la Iglesia católica es que la sinodalidad ha vuelto a emerger después de un largo proceso de desarrollo doctrinal, que aclara el primado petrino en el Vaticano I, la colegialidad episcopal en el Vaticano II y hoy, a través de la recepción progresiva de la eclesiología conciliar - sobre todo del capítulo II de Lumen Gentium, sobre el Pueblo de Dios, la sinodalidad como modalidad de participación de todos en el camino de la Iglesia.
Se trata de una gran prospectiva, que une la tradición de la Iglesia de Oriente y de Occidente, entregando a la Iglesia sinodal aquel principio de unidad que faltaba incluso a la Iglesia de los Padres, cuando hasta la función de unidad estaba a cargo del emperador. Por lo tanto, de este camino sinodal, también se pueden esperar con confianza grandes frutos en el ámbito ecuménico.
El Papa lo dicho en su discurso del 50º aniversario de la institución del Sínodo: la sinodalidad como dimensión constitutiva de la Iglesia ofrece también un marco interpretativo para comprender el mismo ministerio jerárquico, sobre todo el ministerio petrino, con el Papa que – son palabras de Papa Francisco – “no está, por sí mismo, por encima de la Iglesia; sino dentro de ella como bautizado entre los bautizados y dentro del Colegio episcopal como obispo entre los obispos, llamado a la vez —como Sucesor del apóstol Pedro— a guiar a la Iglesia de Roma, que preside en la caridad a todas las Iglesias”. El proceso sinodal es el crisol de una visión de Iglesia verdaderamente elevada.
¿Qué frutos podemos esperar de esta nueva modalidad de celebrar el Sínodo?
La próxima asamblea sinodal tocará el tema de la sinodalidad. En realidad, los frutos que se pueden esperar están ya implícitamente indicados en el título que el Papa ha elegido para esta asamblea: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Por un largo tiempo se habló de la comunión como elemento constitutivo de la Iglesia. Hoy parece claro que tal comunión, o es sinodal o no es comunión. Parece un eslogan, pero su significado es claro: la sinodalidad es la forma de la comunión de la Iglesia–Pueblo de Dios. En el caminar juntos el Pueblo de Dios y sus pastores, en el proceso sinodal en el que todos participan, cada uno según su propia función – Pueblo de Dios, Colegio Episcopal, Obispo de Roma – se determina una reciprocidad de los sujetos y de las funciones que hacen que la Iglesia avance en su camino bajo la guía del Espíritu. No debemos ocultar que tal vez en el pasado se ha insistido mucho en la communio hierarchica: la idea que la unidad de la Iglesia se realizase únicamente fortaleciendo la autoridad de los pastores. En cierta forma, esa etapa ha sido necesaria, cuando, después del Concilio, aparecieron varias formas de disenso. Pero aquella no puede ser la modalidad ordinaria de vivir la comunión eclesial, que necesita circularidad, reciprocidad, camino juntos, en el respeto de las distintas funciones del pueblo de Dios. Así pues, la comunión no puede ser otra que la participación de todos en la vida de la Iglesia, cada uno según su condición y función específica. El proceso sinodal muestra muy bien todo esto.
El Papa Francisco ha subrayado muchas veces la importancia del Pueblo de Dios y la necesidad de dar más espacio a la mujer en la Iglesia, y también ha denunciado el riesgo del clericalismo. ¿Cómo el documento sobre el proceso sinodal responde a esta solicitación? ¿Están trabajando para introducir otras novedades que permitan una participación más llena del pueblo de Dios en todas sus componentes?
En el proceso sinodal está implicado todo el Pueblo de Dios. Durante la consulta – que es el acto fundamental del sínodo – es evidente la importancia asignada al Pueblo de Dios. Vuelvo a repetir: la consulta es ya parte del proceso sinodal, constituye el primer e imprescindible acto. El discernimiento depende de esta consultación. Quien diga que no es relevante, o que se trata solo de un acto preparatorio, probablemente no comprende bien la importancia del sensus fidei del Pueblo de Dios. Como ya he dicho, en la Iglesia antigua esta era la única instancia de infalibilidad reconocida en la Iglesia: “la totalidad de los fieles no puede equivocarse al creer”. Aquí todos tienen su lugar y la posibilidad de expresarse. La Secretaría General tiene la voluntad de que todos hagan escuchar su voz; que la escucha sea la verdadera “conversión pastoral” en la Iglesia. Dios quiera que uno de los frutos del Sínodo sea que todos comprendamos que un proceso decisional en la Iglesia, inicia siempre de la escucha, porque solo así podemos comprender cómo y dónde el Espíritu quiere conducir a la Iglesia.
¿Cuál será el rol de los obispos?
No olvidemos que el momento de discernimiento viene confiado sobre todo a los obispos reunidos en asamblea. Alguno dirá que esto es clericalismo, o que es la voluntad de mantener a la Iglesia en una posición de poder. Sin embargo, no olvidemos estas dos cosas.
La primera, repetida por el Papa continuamente: que una asamblea sinodal no es un parlamento. Al imaginarlo como un sistema de representación o de cuotas se corre el riesgo de resucitar una especie de conciliarismo, ya desterrado mucho tiempo atrás.
La segunda: el Concilio afirma que los obispos son “principio y fundamento de unidad en sus Iglesias particulares”. Entonces, compete a los obispos una función de discernimiento, que les pertenece en razón del ministerio que desarrollan a favor de la Iglesia. Me parece que la fuerza del proceso está en la reciprocidad entre consulta y discernimiento. Allí está el principio fecundo que puede llevar a futuros desarrollos de la sinodalidad, de la Iglesia sinodal y del Sínodo de los obispos. Pero esto no podemos saberlo ahora: cuanto más se camina, más se aprende en el camino.
Estoy convencido que la experiencia del próximo Sínodo nos dirá muchísimo sobre la sinodalidad y sobre cómo ponerla en práctica.
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