Por Carol Glatz, Catholic News Service
MARSELLA, Francia (CNS) -- En una emotiva ceremonia al borde de un acantilado con vistas al mar Mediterráneo, el Papa Francisco dirigió un minuto de silencio por las innumerables vidas perdidas en sus aguas azules pero traicioneras.
Y advirtió al mundo que ahora se encuentra en una encrucijada: la gente debe elegir entre tomar el camino de la compasión, el encuentro y la fraternidad o desviarse hacia la indiferencia y el conflicto.
Calificándolo de "deber de civilización", afirmó que "deben ser socorridas las personas que, al ser abandonadas sobre las olas, corren el riesgo de ahogarse. Es un deber de humanidad".
Decenas de invitados, entre ellos el alcalde de Marsella, Benoit Payan, que se sentó al lado del Papa, representantes de las comunidades religiosas de la ciudad, responsables eclesiásticos y organizaciones implicadas en el rescate, cuidado y asistencia de migrantes se unieron al Papa Francisco en el momento de reflexión.
El Papa rezó y guardó un minuto de silencio con los demás antes de dirigirse a un monumento dedicado a los que han perecido en el mar. El monumento incluye una cruz, un corazón y un ancla. Mientras el Papa y los líderes religiosos rezaban, el sol se ponía lentamente.
"No nos acostumbremos a considerar los naufragios como noticias" en las que las personas que murieron son números sin rostro y sin nombre, dijo. Son hermanos y hermanas "ahogados en el miedo, junto con las esperanzas que llevaban en el corazón".
"Frente a semejante drama no sirven las palabras, sino los hechos", dijo, y a continuación dirigió a los reunidos en un minuto de silencio en memoria de los fallecidos.
"Dejémonos conmover por sus tragedias", dijo.
En este momento de la historia, dijo, seguir el camino de la fraternidad permitirá florecer a la comunidad humana, mientras que el camino de la indiferencia "ensangrienta el Mediterráneo".
"No podemos resignarnos a ver a seres humanos tratados como como mercancía, aprisionados y torturados de manera atroz", dijo, culpando de los innumerables naufragios al "contrabandos repugnantes y el fanatismo de la indiferencia."
El Papa dijo que los líderes religiosos deben mostrar a la gente el camino y ser ejemplares en su oferta de "acogida recíproca y fraterna", evitando la "carcoma del extremismo y la peste ideológica del fundamentalismo que corroe la vida real de las comunidades".
Exhortó al pueblo de Marsella, marcado por el pluralismo religioso, a elegir bien el camino que va a tomar, el del encuentro o el de la confrontación.
Elogió a quienes, reunidos con él, se dedican a rescatar y ayudar a los migrantes en el mar y en peligro. Dijo ser muy consciente de los esfuerzos que intentan bloquear a los rescatadores, y calificó tales acciones de "gestos de odio contra el hermano", disfrazados de llamados al "equilibrio". Algunos gobiernos han impedido que organizaciones no gubernamentales lleven a cabo rescates porque afirman que animan a la gente a intentar travesías ilegales.
"No hagamos naufragar la esperanza; formemos juntos un mosaico de esperanza", dijo, antes de escuchar varias intenciones de oración leídas en voz alta por representantes de distintas facetas dedicadas a la atención de marineros y migrantes.
Previamente, el Papa se había reunido con obispos, clérigos, seminaristas y consagrados en un servicio de oración mariana en la basílica de Notre Dame de la Gard, situada en lo alto de la colina que domina el mar y el monumento conmemorativo.
El Papa animó a los católicos a ser como María, "la Buena Madre", representada en las estatuas de la basílica, con su mirada tierna y amorosa sobre Jesús, quien, a su vez, mira compasivamente a toda la humanidad.
Jesús mira a las personas, no para juzgarlas, sino para levantar a quien está caído, especialmente a las que son "humildes" o están perdidas y ayudarlas a volver al redil, dijo.
"Que los heridos de la vida encuentren un puerto seguro, una acogida, en vuestra mirada, un aliento en vuestro abrazo, una caricia en sus manos", dijo.
"No dejen, por favor, que decaiga el calor de la paterna y materna de Dios", dijo, instando a los sacerdotes a conceder el perdón de Dios "su perdón a los hombres con generosidad, siempre, siempre, para romper las cadenas del pecado, por medio de la gracia, y liberarlos de bloqueos, remordimientos, rencores y miedos que no pueden vencer solos".