En 1920, Europa aún se tambaleaba por las lacerantes heridas infligidas por la Gran Guerra y por los nudos no resueltos que llevarían al estallido de la Segunda Guerra Mundial. El Tratado de Versalles había puesto oficialmente fin a la guerra, pero no se había encontrado una solución definitiva a los problemas que habían provocado el estallido de la guerra. En esta época, marcada por frágiles equilibrios, Benedicto XV, que tres años antes había calificado la guerra de "masacre inútil", publicó la Encíclica Pacem, Dei Munus Pulcherrimum sobre la Restauración Cristiana de la Paz (23 de mayo de 1920, Pentecostés): ninguna paz puede consolidarse, escribió el Papa Giacomo della Chiesa, si "no cesan el odio y la enemistad" y si no es una paz "justa, honrosa y duradera".
Deponer los odios y ayudar a los que sufren
A los cristianos, Benedicto XV, como el Papa Francisco hoy, les pide estar cerca de los que sufren: "os conjuramos en las entrañas de caridad de Jesucristo a que consagréis vuestros más solícitos cuidados a la labor de exhortar a los fieles que os están confiados, para que no sólo olviden los odios y perdonen las injurias, sino además para que practiquen con la mayor eficacia posible todas las obras de la beneficencia cristiana que sirvan de ayuda a los necesitados, de consuelo a los afligidos, de protección a los débiles, y que lleven, finalmente, a todos los que han sufrido las gravísimas consecuencias de la guerra, un socorro adecuado y lo más variado que sea posible".
Personas con signos de las atrocidades de la guerra
Los horrores de la guerra descritos en la Encíclica "Pacem, Dei Munus Pulcherrimum" son los mismos que se relatan en Ucrania y en los países asolados por el conflicto en la actualidad: "si contemplamos los lugares recorridos por el azote furioso de la guerra, vemos por todas partes inmensos territorios cubiertos de ruinas, desolación y abandono". Al igual que en el pasado, nos encontramos con un cuadro de miseria en el que una humanidad oprimida sufre y pide ayuda: "pueblos enteros que carecen de comida, de vestido y de casa; viudas y huérfanos innumerables, necesitados de todo auxilio, y una increíble muchedumbre de débiles, especialmente pequeñuelos y niños, que con sus cuerpos maltrechos dan testimonio de la atrocidad de esta guerra".No ha habido época de la historia -escribe el Pontífice- en que sea más necesario «dilatar los senos de la caridad» como en estos días de universal angustia y dolor.
Una Sociedad de Pueblos para garantizar la paz
Benedicto XV deseaba la creación de una Sociedad de Naciones que garantizara la paz en el futuro: "Es de desear... que todos los Estados olviden sus mutuos recelos y constituyan una sola sociedad o, mejor, una familia de pueblos, para garantizar la independencia de cada uno y conservar el orden en la sociedad humana". "Además de otras muchas consideraciones, la necesidad generalmente reconocida de reducir, si no de suprimir, los enormes gastos militares que ya no pueden ser soportados por los Estados, para evitar en el futuro guerras tan mortíferas y terribles, y para asegurar a cada pueblo, dentro de sus justos límites, la independencia y la integridad de su propio territorio, es un incentivo para la formación de esta sociedad de naciones".
La paz necesita de la caridad
En esta dramática coyuntura histórica se reflejan, pues, páginas dolorosas ya vividas por la humanidad. La paz necesita, como se lee en la Encíclica "Pacem, Dei munus pulcherrimum", no acuerdos extemporáneos sino soluciones duraderas. Y la semilla de la paz no puede arraigar, recuerda Benedicto XV, “si al mismo tiempo no cesan el odio y la enemistad mediante una reconciliación basada en la mutua caridad". Este "precepto de la caridad" se refleja en las palabras pronunciadas por Jesús: "Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y os calumnian". Es "trabajoso y muy difícil el cumplimiento de esta ley", pero los cristianos, ante todo, subraya Benedicto XV, están llamados a imitar a Jesús, que en la Cruz dijo estas palabras: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Estas palabras deben ir acompañadas de la oración y la caridad que, como escribe el Papa Giacomo della Chiesa, es el sello de la auténtica paz.