Por Carl E. Olson
(OSV News) -- Imaginemos por un momento que San Pedro, de pie ante el centurión Cornelio, hubiera dicho, con una mueca algo avergonzada: "Bueno, es mi opinión personal que Jesús resucitó de entre los muertos -- signifique eso lo que signifique. Pero esa es simplemente mi verdad -- sólo una posible explicación".
Suena ridículo. Pero es imposible ignorar que tales palabras han salido a menudo de los labios de muchos cristianos modernos. Tal vez sólo tengan un conocimiento pasajero de lo que dicen las Escrituras, la tradición y la historia sobre la Resurrección. Tal vez no desean ofender a quienes se burlan de una aceptación tan "simplista" de un acontecimiento sobrenatural. O tal vez realmente piensan que diferentes personas pueden tener diferentes "verdades".
Pero las palabras de Pedro fueron directas y audaces. "Somos testigos de todo lo que hizo", dijo. "(A este hombre) Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios". Tales palabras resultan hoy, para muchos, triunfalistas, excluyentes y arrogantes. Pero, además, vivimos en una época en la que la única creencia firme a la que se da carta blanca es la creencia de que la fe no es creíble. La "fe" se considera supersticiosa, basada (en el mejor de los casos) en sentimientos e intuiciones.
Sin embargo, San Cirilo de Jerusalén escribió que cuando Pedro y Juan corrieron a la tumba vacía no "encontraron a Cristo resucitado de entre los muertos, sino que dedujeron su resurrección del haz de lienzos" y relacionaron ese hecho físico con las palabras de Jesús y las profecías de la Escritura. "Cuando, por tanto, consideraron los acontecimientos a la luz de las profecías que resultaron ciertas, su fe quedó desde entonces arraigada sobre una base firme".
Hans Urs von Balthasar observó que Pedro representa el oficio eclesial -- el papado -- y Juan simboliza el amor eclesial. El amor, no agobiado por las preocupaciones del oficio, corre más deprisa. "Sin embargo, el Amor cede ante el Oficio cuando se trata de examinar la tumba, y Pedro se convierte así en el primero en ver el paño que había cubierto la cabeza de Jesús y constatar que no se había producido ningún robo". Entonces entró el Amor, "y vio y creyó". Esto indicaba, afirmó von Balthasar, que "la fe en Jesús está justificada a pesar de toda la opacidad de la situación".
Cuando Pedro predicó en Pentecostés (Hch 2,14-36) y a la casa de Cornelio, la opacidad se había disuelto por completo a la luz de Cristo resucitado. Pedro y los apóstoles eran testigos -- y es importante señalar que la raíz griega de la palabra "testigo" y "testimonio" (ver Jn 21,24) es "martus", de donde viene "mártir".
Pedro, en particular, tuvo un papel especial como testigo. "Si ser cristiano significa esencialmente creer en el Señor resucitado", escribió el Papa Benedicto XVI en "Jesús de Nazaret: Semana Santa", "entonces el papel especial de Pedro como testigo es una confirmación de su encargo de ser la roca sobre la que se construye la Iglesia". Esto se pone de relieve en el capítulo final del Evangelio de Juan, donde el lugar de Pedro como apóstol principal fue reafirmado por Jesús y luego reafirmado aún más por la promesa del martirio (Jn 21,15-19).
Cuando se trata de Jesús y la resurrección, el mundo ofrece un sinfín de opiniones, la mayoría de las cuales descartan y niegan la posibilidad de que "este hombre" fuera "resucitado al tercer día" por Dios. Pero, como señaló San John Henry Newman, "Nadie es mártir por una conclusión, nadie es mártir por una opinión; es la fe la que hace mártires".