Por Jaymie Stuart Wolfe, OSV News
Vivir de acuerdo con las estaciones litúrgicas implica considerar la Cuaresma como una especie de retiro anual que forma parte de nuestra vida espiritual. Para la mayoría de los católicos, esto se manifiesta de manera tradicional y arraigada. Después de todo, la oración, el ayuno y la caridad son las características distintivas de este tiempo. Por eso, nos entregamos más a la oración, evitamos comer carne los viernes, renunciamos a ciertos placeres y procuramos ayudar más a quienes lo necesitan.
La idea de comprometerse con todas esas prácticas durante más de 40 días puede parecer poco realista, incluso imposible. Sin embargo, cuando le preguntaron a Jesús cuál era el mandamiento más importante, su respuesta fue clara: " Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu" (Mateo 22, 37). Con frecuencia nos enfocamos en cómo sería amar a Dios con el corazón, con el alma y con la mente, pero rara vez consideramos el significado de ese "todo" que Jesús pronuncia antes de cada una de esas palabras.
Pero creo que hay algo acerca de todo esto que a menudo pasamos por alto. La Cuaresma debería ser un tiempo para intensificar las prácticas espirituales de nuestra fe, ¡no el único momento en que las llevamos a cabo! La oración, el ayuno y la caridad deberían formar parte de nuestras vidas durante todo el año, no solo cuando se cubren las estatuas o se decora el altar de morado.
La oración no es algo opcional para un cristiano, y pasar tiempo con Dios no puede reemplazarse por otra cosa. Ser conscientes de esto no significa que encontrar el tiempo para rezar sea fácil. Estamos ocupados. Pero como escribió San Francisco de Sales, "Media hora de meditación cada día es esencial, excepto cuando estás ocupado. Entonces se necesita una hora entera". Si queremos realizar la voluntad de Dios, debemos aprender a ver las cosas (además de a nosotros mismos y a los demás) desde su perspectiva. Así es como la oración nos cambia. La oración litúrgica en la Misa y en el Oficio Divino puede ayudarnos a unirnos a la oración de toda la Iglesia. Pero no puede sustituir a la oración personal. Dios no nos necesita, pero nosotros sí necesitamos a Dios.
El ayuno ha sido y siempre será parte esencial de la vida cristiana. Nuestros antepasados no comían carne ni productos lácteos durante los 40 días de Cuaresma, y en otras épocas del año tampoco. Los católicos orientales y los cristianos ortodoxos continúan esta práctica. Contrariamente a lo que se cree, el Concilio Vaticano II no eliminó el ayuno de los viernes durante el año. ¿Te sorprende? Así como los católicos consideran cada domingo como una "pequeña Pascua", nosotros vemos cada viernes como un “mini-Viernes Santo”. La penitencia es fundamental en nuestras vidas. San Francisco de Sales también nos ofrece un sabio consejo al respecto: nunca levantarse de la mesa sin haberse negado algo a uno mismo. Puede ser tan simple como no poner sal a las patatas fritas o aceptar lo que nos sirvan, incluso si no nos gusta. ¿Por qué? Porque cada pequeño sacrificio nos acerca más a Cristo. Al decirnos no a nosotros mismos con regularidad, nos acercamos más a Dios y a los demás.
Las obras de caridad también deberían formar parte de nuestras vidas. Si bien estamos llamados a ser responsables en el manejo del dinero y otros recursos, los Evangelios nos enseñan claramente a ayudar a los necesitados, no solo con lo que nos sobra. El diezmo y abrir una cuenta bancaria específica para donaciones son buenos puntos de partida, pero la caridad va más allá del dinero. Cuando damos nuestro tiempo o trabajo a quienes lo necesitan, estamos sirviendo a un propósito más elevado que nuestras ambiciones personales y fortaleciendo la comunidad cristiana.
La fe no es una actividad extracurricular, ni siquiera el objetivo principal de nuestra vida. Debería ser el suelo firme en el que nos apoyamos, la base sobre la que construimos, la lente a través de la cual vemos el mundo y el propósito que guía nuestras acciones. Ser discípulos significa permitir que Cristo viva en nosotros y a través de nosotros al entregarnos completamente a Él. Esto no siempre implica hacer más cosas; a veces, significa hacer menos. Pero nos desafía a dejar de lado nuestros esfuerzos por incluir a Dios en nuestras vidas y aprender a vivir nuestras vidas a partir de nuestra relación con Él. En última instancia, este es el secreto para vivir nuestra fe de manera sostenible, o, mejor dicho, de una manera que pueda sostenernos en este mundo hasta que Dios nos llame al otro.