Por James Blears
Los vuelos a Haití comenzaron este domingo y habrá ocho por día hasta que se solucione el atraso, dependiendo de la capacidad de cuántos pueda recibir Haití en etapas escalonadas. En la actualidad, más de 10.000 hombres, mujeres y niños se encuentran en un campamento bajo un puente que une Ciudad Acuña en México y Del Río en Texas. En este lugar no hay agua corriente, aparte del Río Grande, ni saneamiento, ni alimentos, ni otras instalaciones básicas, con temperaturas sofocantes que alcanzan los 37 grados centígrados. Los refugiados están cruzando y vadeando el río hasta la cintura, volviendo temporalmente a México para comprar productos de primera necesidad. Y la única forma de mantenerse frescos es bañándose en el río. La situación sigue siendo desesperada y crítica. La mayoría de los hatitanos huyen de los estragos del reciente terremoto y de la profunda crisis política, incluido el asesinato del presidente. Pero también hay hondureños, cubanos, venezolanos, nicaragüenses y peruanos. El mes pasado, casi doscientos mil inmigrantes indocumentados fueron detenidos en la frontera mexicana: un récord histórico.
El Gobierno mexicano está urgiendo a Washington para que financie un programa de trabajo para mantener a los desesperados desempleados y a menudo indigentes en sus países de origen, básicamente en casa. El presidente de EE.UU., Joe Biden, promete una reforma migratoria, pero no es lo suficientemente rápida para estas caravanas de migrantes. Ya ha creado un grupo de trabajo para reunir a cientos de niños no acompañados con sus familias. El Gobierno mexicano ha desplegado miles de guardias nacionales para tratar de frenar este maremágnum. Se trata de una crisis humanitaria que implica un éxodo de personas que viven al sur de la frontera estadounidense y que buscan una vida mejor en Estados Unidos. Están desesperados y determinados.