Tras la semana dedicada a encontrar a delegaciones de pueblos indígenas canadienses, este viernes 1 de abril se concluyeron los encuentros del Papa en una audiencia en la Sala Clementina del Vaticano. Allí los pueblos originarios dieron expresión de su cultura y tradiciones, y el Santo Padre expresó su deseo de visitar Canadá para celebrar juntos a Santa Ana, abuela de Jesús, venerada por muchos de ellos.
El Sumo Pontífice, que en estos días ha escuchado “atentamente” los testimonios de los miembros de las delegaciones, quiso retomar algunos aspectos que a su decir le llamaron la atención. En primer lugar, mencionó su “forma de ver la vida”, que en un refrán dice así: "hay que pensar en siete generaciones adelante cuando se toma una decisión hoy". Algo “sabio y previsor”, según el Papa, y “contrario de lo que suele ocurrir en nuestros días, donde perseguimos objetivos útiles e inmediatos sin tener en cuenta el futuro de las próximas generaciones”. El vínculo entre los ancianos y los jóvenes es indispensable, reiteró, señalando que debe “cultivarse y salvaguardarse, porque garantiza que la memoria no se borre y la identidad no se pierda”.
El Santo Padre hizo luego referencia a una “hermosa imagen” surgida durante los encuentros, en la que los pueblos se han comparado con las ramas de un árbol que crecen en diferentes direcciones, pasan por distintas estaciones, incluso son azotadas por fuertes vientos. Los pueblos originarios, como los árboles, se han anclado firmemente en las raíces y “continúan dando frutos”, fue su observación. Uno de ellos es el cuidado de la tierra, que no es un bien a explotar, sino “un regalo del cielo”, y es “espacio vivo en el que vivir la propia existencia dentro de un tejido de relaciones con el Creador, con la comunidad humana, con las especies vivas y con la casa común que habitamos”.
El árbol de la imagen, sin embargo, ha sufrido una “tragedia”, la del “desarraigo”, puesto que “la cadena que transmitía conocimientos y estilos de vida, en unión con el territorio, “se rompió con la colonización” que, “sin respeto”, arrancó a muchos del propio entorno vital y trató de conformarlos a otra mentalidad, dando como resultado una identidad y cultura heridas, familias separadas y niños “víctimas una acción homologadora” apoyada en la idea de que el progreso se hace por colonización ideológica, “en lugar del respeto de la vida de los pueblos”, lamentó.
Por desgracia, esta mentalidad colonial sigue estando muy extendida. Contribuyamos juntos a superarla.
El Pontífice, que ha asimilado los relatos de sufrimiento, privaciones, trato discriminatorio y diversas formas de abuso sufridas por los nativos, en especial en los internados, quiso expresar sus sentimientos de “indignación y vergüenza” por lo acaecido.
Es escalofriante pensar en la voluntad de inculcar un sentimiento de inferioridad, de hacer perder a alguien su identidad cultural, de cortar sus raíces, con todas las consecuencias personales y sociales que ello ha supuesto y sigue suponiendo: traumas no resueltos, que se han convertido en traumas intergeneracionales.
Se dice indignado porque no sólo es injusto aceptar el mal, sino que es peor “acostumbrarse” a él. “Sin una firme indignación, sin memoria y sin el compromiso de aprender de los errores, los problemas no se pueden resolver y vuelven”. Es, según el Papa, como “lo que sucede en los últimos días en relación con la guerra”.
La memoria del pasado nunca debe sacrificarse en el altar de un supuesto progreso.
Francisco también dice sentir “vergüenza” por el papel que varios católicos, particularmente con responsabilidades educativas, han jugado en todo lo que ha lastimado a estas personas: por “los abusos y la falta de respeto hacia su identidad, su cultura y hasta sus valores espirituales”, que son contrarios “al Evangelio de Jesús”. Por ese motivo, por la “deplorable conducta” de esos miembros de la Iglesia católica pide “perdón a Dios” y dice de corazón:
Estoy muy dolido.
A los obispos de Canadá se une en su pedido de disculpas a estos pueblos y también les agradece por su valor en la humildad en la que “se revela el espíritu del Señor”. Y porque Jesús nos enseñó a acoger, amar, servir y no juzgar, hace presente que “no se pueden transmitir los contenidos de la fe de una manera ajena a la misma fe”:
Es terrible cuando, precisamente en nombre de la fe, se rinde un contra testimonio al Evangelio.
“¿Dónde estás? ¿Dónde está tu hermano?”. Las preguntas del libro del Génesis, que los relatos de estos días han sido amplificadas en el corazón del Pontífice, son “esenciales”, dice, “para no olvidar que estamos en esta tierra como custodios de la sacralidad de la vida y, por tanto, custodios de nuestros hermanos, de todo pueblo hermano”. Y pensando, con gratitud, en los “tantos buenos creyentes que, en nombre de la fe, con respeto, amor y gentileza, han enriquecido su historia con el Evangelio” se alegra de la veneración de muchos integrantes de los pueblos originarios por Santa Ana, la abuela de Jesús, y dice:
Este año me gustaría estar con ustedes en esos días. Hoy necesitamos reconstruir una alianza entre abuelos y nietos, entre ancianos y jóvenes, premisa fundamental para una mayor unidad de la comunidad humana.
Tras los encuentros que Francisco espera que abran nuevos caminos, que inspiren valor y acrecienten el compromiso a nivel local para un eficaz proceso de sanación, anima a sus hermanos obispos al final del discurso a “seguir dando pasos en la búsqueda transparente de la verdad y en la promoción de la sanación de las heridas y la reconciliación”. La Iglesia, dice dirigiéndose a las delegaciones “está de su lado y quiere seguir caminando con ustedes”.
“Hasta pronto en Canadá, donde podré expresar mejor mi cercanía a ustedes”, concluye, asegurando sus oraciones e invocando la bendición del Creador sobre todos.