Gabriella Ceraso - Ciudad del Vaticano
Un momento espiritual para confiar Eslovenia y a todos sus habitantes a Dios, especialmente los que sufren en cuerpo y espíritu, pero también a toda Europa. Este fue el tema de la misa celebrada ayer por la tarde en el santuario mariano de Brezje, en la región eslovena de la Alta Carniola, con motivo del 30º aniversario de la independencia nacional y del 25º aniversario de la visita de San Juan Pablo II, que en aquella ocasión confió el país a la Madre de Dios. La celebración estuvo presidida por el Cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, que en su homilía entrelazó estos dos acontecimientos, deteniéndose en el valor de la patria y en su fundamento más estable e importante, que es la roca de la Palabra de Dios, hecha de verdad, justicia, libertad y amor.
Es cierto que nuestra patria está en el cielo -afirma el Cardenal-, pero las realidades terrenales son para nosotros auténticos valores, aunque no sean los únicos ni los más altos. Y el de una patria libre y democrática, basada en la justicia, el respeto y la fraternidad y el amor solidario es un valor sumamente grande, porque está directamente vinculado a la dignidad humana. Por otro lado", continúa explicando, "un entorno social pacífico y seguro dentro de cada país también está garantizado en la medida en que lo esté el contexto internacional que lo rodea". Así pues, paz y justicia, son los valores que estuvieron en la base del nacimiento de Eslovenia como país independiente hace treinta años, una "nueva situación" para la historia nacional que San Juan Pablo II en su visita unos años más tarde, saludó con favor, reafirmando con fuerza "el derecho de los pueblos a la autodeterminación" y animando al pueblo a "buscar en las virtudes más firmes y en la fe cristiana la fuerza para construir juntos su futuro".
Este futuro es hoy una realidad que ha dado muchos pasos: de hecho, el cardenal recuerda la entrada de Eslovenia en 2004 en la Unión Europea, de la que ocupa la presidencia en este semestre, y menciona el encuentro de Bled, dedicado precisamente al futuro de Europa, que se celebra en estos días. Al igual que en el momento de su nacimiento entre fundadores cristianos "convencidos de la necesidad de buscar ante todo el reino de Dios y su justicia" para que la humanidad tenga lo que necesita, también hoy, en palabras del cardenal secretario de Estado, una Europa unida necesita redescubrir el valor fundacional que le garantice poder "resistir" como una "casa sobre la roca". Esto es lo que la Iglesia en estos siglos no ha dejado de proponer, es el mensaje de Jesús: "la estabilidad del hombre y de la sociedad -dice- en sus diversas y necesarias articulaciones, debe basarse en la Palabra de Dios, escuchada y puesta en práctica".
San Juan XXIII, en su Encíclica Pacem in Terris, recuerda también los sólidos cimientos sobre los que construir nuestra casa: la verdad, la justicia, la libertad y el amor. Son -subraya el cardenal Parolin- las rocas de granito que permiten que nuestra casa no se derrumbe. Así pues, la invitación que Jesús nos dirige en el Evangelio se convierte para nosotros aquí reunidos, cada uno según su vocación y responsabilidad, en un compromiso para construir cada vez más, 30 años después de la independencia, una Europa y una comunidad internacional unidas sobre la roca de la Palabra de Dios, es decir, sobre los fundamentos de la verdad, la justicia, la libertad y el amor.
Por lo tanto, la verdad que hay que desenmascarar allí donde se manipula, se oculta y se niega; la libertad de toda forma de esclavitud y opresión que mortifica la dignidad humana, pero también la "libertad de hacer el bien" y no el interés propio, y la "libertad religiosa", corazón de todo derecho humano:
La tutela que la Iglesia pide para ella es, por tanto, la protección del bien íntimo de la persona que, en diálogo con su Creador, encuentra las razones del ser, comprende los vínculos que la unen al cosmos y a la historia, y se hace éticamente responsable de su propia realización y de la de los demás, desplegando todas sus potencialidades. Esta tutela, cuando es reconocida y garantizada por los sistemas jurídicos estatales, "es también un indicador de una democracia sana y una de las principales fuentes de legitimidad del Estado".
Por lo tanto, la libertad apunta al amor y el primer paso del amor -recuerda el cardenal Parolin- es la justicia, otro pilar sobre el que debe fundarse "nuestra casa". La justicia es una garantía de derechos para todos, pero que el amor supera como "acto gratuito". Si las leyes regulan, pues, los derechos y los deberes, "el amor, siguiendo el modelo de Cristo, nos lleva a ofrecernos sin cálculo ni ganancia". "El amor es más exigente que el deber, pero es más suave; no se alimenta del miedo, sino de la confianza". Este amor, fruto de la verdad, la libertad y la justicia - concluye Parolin - es lo que pedimos para toda Eslovenia, Europa y el mundo.