Ciudad del Vaticano
“La violencia nace donde se ha quebrado la paz del alma y se ha perdido la esperanza de mejorar la calidad de vida”: es el punto de partida de la Carta Pastoral ante la crisis de violencia que afecta Puerto Rico publicada por la Conferencia Episcopal del país. La violencia en el país se manifiesta, tal como describen los prelados, no sólo en pérdidas de vida en relación con el “trasiego de las drogas”, sino también el los asesinatos de mujeres, hijos, hermanos y otros miembros en las mismas familias.
Haciendo presente que toca al Estado, con la ayuda de los ciudadanos y comunidades, construir una sociedad justa en un ambiente de armonía y paz para todos, recuerdan también que son muchas las causas de la violencia, con raíces hondas que el Estado solo no puede atender y que, por lo tanto, no se resuelven simplemente con aumentar la vigilancia o las fuerzas policíacas. “Es tarea que nos concierne a todos”, afirman.
Para entrar en la reflexión se basan en la llamada de alerta para regresar al proyecto original hecha por Dios a Adán y Eva: “¿Dónde estás?… ¿Qué has hecho?” (Gen 3,9 y 13), y en la referencia hecha por Francisco en Fratelli tutti a la parábola del Buen Samaritano (Lc10, 25-37), donde se nos recuerda el camino de sanación que el Evangelio nos propone: la compasión, la acogida, el diálogo y la reconciliación, de modo que nadie se considere enemigo de nadie, sino que, por el contrario, todos nos veamos como hermanos, “venciendo el mal a fuerza de bien” (Romanos 12,21). “¿Qué caminos – plantean - podemos asumir hoy para la superación radical de las acciones violentas?”
“En el enfrentamiento con nuestras posibles actitudes violentas, se requiere un acto de humildad, para darnos cuenta de quiénes somos y cómo nos sentimos y pedir la ayuda fraternal y profesional siempre que haga falta”, escriben, a la vez que afirman que “la exclusión, el desprecio, la injusticia, el racismo, el abuso doméstico y sexual, el creerse superiores o inferiores… siempre serán caldo de cultivo para la agresión y la violencia”. De ahí que sea necesario hacer “un alto el camino para una reconstrucción desde las raíces de nuestro ser”, preguntándose, cada uno, cuáles son las heridas que se arrastran a nivel personal, familiar y colectivo, las “frustraciones” que avasallan.
“Para no responder a la violencia de afuera con una mayor violencia -terminando así en un círculo vicioso siempre destructivo- hay que asegurarse de comprender la violencia que nace de dentro, no sea que estemos respondiendo desde lo mismo que proyectamos, pues con frecuencia tratamos a los demás como nos tratamos a nosotros mismos en lo profundo de nuestra conciencia”.
“Las injusticias, para que sean superadas completamente, requieren ser comprendidas, en lo posible, sin apasionamientos, en su verdadera realidad”, afirman. “Discernir el mal de fuera requiere discernir desde la luz del bien que anida dentro de la conciencia” y para ello, añaden, “un primer llamado es a hacer silencio exterior e interior, a escuchar más que a hablar”.
Al reencontrarnos a nosotros mismos en Dios, nos “reconocemos como hermanos” y así es posible “perdonar setenta veces siete” (Mt 18, 22) e incluso “amar a los enemigos” (Lc 6, 27). La oración ayuda porque “tiene el poder de mostrar nuestra profunda conexión con nuestro Padre eterno y, por lo mismo, nos humaniza”.
Dios nos permite reasumir y recordar diariamente, por medio del encuentro con Él y en la oración, quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, proveyéndonos el consuelo de saber que no estamos solos, que su amor nos lleva a superar toda desesperación. (…) La luz del Espíritu Santo ayuda infinitamente para detectar estas motivaciones que se mezclan con palabras y gestos agresivos y que pudieran arrastrarnos a responder con el “ojo por ojo” (Mt 5, 38).
Los prelados hacen presente que el n. 228 de Fratelli Tutti reconoce que los conflictos sociales requieren hoy tomar en cuenta las variadas perspectivas de los problemas, la diversidad de situaciones y condiciones, y la necesidad de superar lo que nos divide, y que se requiere una particular atención a las estructuras sociales, económicas y culturales cuando están arropadas de inequidades y privilegios.
Haciendo presente el desasosiego constante proveniente de diversas problemáticas en la sociedad que son generadoras de tensión (huracanes, terremotos, tensiones socio-políticas, la pandemia del Covid-19” que se agregan a “lo que ya estaba más en el fondo” como el creciente empobrecimiento de la clase media y baja, la degradación del ambiente, el colonialismo, la quiebra del gobierno y las decisiones de la Junta de Supervisión Fiscal, la corrupción en el ámbito público y privado, las rupturas de familias completas por el “éxodo”, la presencia de “un poderoso narcotráfico, responsable directo de muchos actos de violencia”, sumado a “otros factores que van penetrando la psiquis colectiva y alteran la salud integral porque generan impotencia y frustración”, como “la sensación de impunidad ante crímenes comunes y de cuello blanco, la ingobernabilidad y deterioro en el servicio público, la proliferación de lenguaje violento y ofensivo, el andar embebidos en aparatos técnicos en vez de cultivar las relaciones directas con personas y con la naturaleza, el irrespeto por la vida con el maltrato y abandono de los viejos y con el aborto; el sedentarismo y el sobrepeso, la disminución en las horas de sueño, el aumento en el consumo del alcohol y drogas, la contaminación informática y el exceso de ruido, el chisme, el bullying, la alteración a la paz en los vecindarios…”, los obispos señalan la importancia de “cuidarse de que la misma violencia no sólo sea un resultado de las tensiones acumuladas, sino incluso, en ocasiones, un escape y hasta un distractor de los asuntos que requieren cambios más profundos”.
La violencia – continúan - no se detiene solamente ni principalmente con el incremento en la represión y el régimen de vigilancia o policíaco. Socialmente requiere una reestructuración de la visión o proyecto de pueblo. Hace falta una gran concertación para definir qué tipo de persona y de ciudadano se quiere educar y lograr; qué tipo de economía y política producir, qué calidad de vida, incluso qué uso daremos a los espacios y al tiempo. “No se puede seguir esperando a que todas las soluciones vengan del gobierno, pero el gobierno tampoco puede pretender solucionar las cosas sin contar con todas las otras instancias sociales”.
Se equivoca una sociedad que recorta fondos a la educación, al arte, al deporte, a las iniciativas comunitarias, a una economía sustentable, al apoyo del voluntariado… sin ellas bien desarrolladas, sería imposible contener las frustraciones que desembocan en violencia.
En este punto del mensaje la Conferencia Episcopal señala la conveniencia de “una convocatoria general de pueblo”, que “valide los enormes esfuerzos que se realizan a todos los niveles por el bien común y en pro de una auténtica calidad de vida; que intercambie saberes y experiencias exitosas, que conmueva de raíz a la sociedad para provocar una nueva esperanza”:
El criterio de convocatoria de un tal encuentro de pueblo debería ser, como se viene proponiendo en la Doctrina Social de la Iglesia desde san Pablo VI, lograr un “desarrollo humano integral” (cfr. Encíclica Populorum Progressio n.14 y ss.). A mayor deterioro social y auge en la violencia, debemos construir, con más y más empeño, un proyecto alternativo de crecimiento, bondad, justicia, belleza y verdad.
Se tienen que enfrentar las injusticias, ciertamente, pues “la justicia es la primera ruta de la caridad…” (papa Benedicto XVI, Cáritas in Veritate, n. 6). Superar la violencia no es ignorar los atropellos; la caridad no es impunidad ni renuncia de los propios derechos (cfr. Fratelli Tutti nn. 241, 252). Todo lo contrario: se trata de enfrentarlos de raíz, en sus verdaderas causas y no solo en sus manifestaciones. Pero queremos asumir, de forma contundente, que el mal se vence “a fuerza de bien” (Rom 12, 21). Necesitamos un proyecto de país que nos configure como pueblo solidario, comprometido en la reconstrucción o “refundación” de esta patria.
Prosiguiendo, la Carta Pastoral habla de la importancia de reconciliarse con la naturaleza, “fuente de salud” que “tiende al equilibrio” que “se caracteriza por su ‘apertura’ o ‘disponibilidad’ no violenta, para que sus frutos se aprovechen”:
Esta grandeza de la naturaleza es lo que la hace tan vulnerable al atropello y expoliación humana.
Señalan que “los espacios naturales pueden convertirse en instrumento y escenario de reencuentro con nosotros mismos, individualmente, como familias, comunidades y sociedad”, y que pueden ser “laboratorio de reconciliación”. Y advierten:
El modo en que tratemos a la naturaleza, de aquí en adelante, reflejará el modo en que nos trataremos en las demás relaciones, porque “el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones…” (Laudato Sí, n. 240) Si no acabamos de entender la intrínseca relación del cuerpo y la sociedad con el ambiente, estaremos provocando nuestra propia desaparición, pues “todas las criaturas están conectadas” (LS, nn. 42 y 137).
Seguidamente hacen el focus nuevamente en Laudato si’, recordando que “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental” (cfr 92 y 192) y señalan la “lógica” de que “un camino de reconstrucción de la paz es el del regreso a nosotros mismos, por medio de la sana utilización de la naturaleza, su belleza, su fuerza y sus lecciones”
Invitando a “redescubrir el poder del amor y la misericordia”, puntualizan cómo “las leyes anti-violencia no serían necesarias” si se supieran “resolver diferencias y conflictos por medio de un amor auténtico, maduro”:
Cuando el amor no funciona, el próximo peldaño es resolver las diferencias mediante la ley. Y cuando la ley no funciona, queda la violencia. ¿No será que el auge en la violencia refleja que tampoco las leyes en Puerto Rico se están respetando y aplicando? ¿No sería el mejor ejemplo y motivación para el respeto de las leyes el que se implante una práctica que supere, de una vez y por todas, la impunidad con que muchos violan leyes, reglamentos y procesos, particularmente en las esferas de gobierno y de poder privado y saben que eso no les traerá ninguna consecuencia?
Y porque “el amor requiere de la verdad, para que no sea una complicidad o el disfraz de ‘un mero sentimentalismo’” (CV, n. 3), en la resolución de conflictos – explican los obispos - “la clave está en decir y seguir siempre la verdad”.
La reconciliación depende de la verdad “que nos hará libres” (Jn 8, 32).
Se trata de un verdadero desafío “en medio de una sociedad acostumbrada a la confusión, a la alteración de conceptos y datos en las redes sociales y medios informativos, y la imposición de soluciones de manera pasional y no racional”. Por ello “la enseñanza de un verdadero pensamiento crítico es urgente para sentar las bases de procesos de reconciliación”.
Los obispos hablan luego del “atropello a la niñez, incluso a la vida antes de nacer” que refleja la “alta cuota de pérdida de sensibilidad y ternura” y hablan del desafío de la “revolución de la ternura” que nos pide Francisco. Y explican:
A la ternura, la vida va añadiendo el aprendizaje de la convivencia, el respeto, la justicia, la veracidad, la amistad, la gratuidad… El amor verdadero es, pues, un cúmulo progresivo de virtudes.
Entendido de la manera explicada, aseguran que “basta solo con ‘vivir’ el amor”:
Frente a la degradación del amor, reduciéndolo a un “negocio” (te doy si a cambio me das…), es urgente en nuestras familias y ambientes, “rescatar el amor”, practicando más y más la gratuidad, el voluntariado, el servicio, la consagración… La “producción del bien”, de lo bueno, no puede reducirse a la “producción de bienes”, porque en ese caso solo nos quedaría el egoísmo, del que se nutre en su raíz la violencia.
Los obispos continúan señalando la comprensión del Papa de las crisis del mundo de hoy, resumidas en la frase la globalización de la indiferencia” y el antídoto propuesto de la misericordia, subrayando que “la misericordia se aprende, se practica”: “Quien se acostumbra a practicar la misericordia se desacostumbra de la violencia, porque va adquiriendo “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2, 5) y se prepara para impartir con libertad el perdón”, escriben, e indican la necesidad de que en todos los ámbitos, y particularmente en los espacios de Iglesia, se fomente y se venga expuestos constantemente “a la oportunidad de practicar el servicio desinteresado, gratuito y generoso”.
Quien vive la misericordia sabe que no puede llamarse verdadero cristiano la persona que se deja llevar por venganzas, practica los atropellos, maltratos, abusos, agresiones, o favorece la pena de muerte… Ser cristiano debería ser sinónimo de ser agente de paz.
Quien la haya perdido, debe empeñarse en recuperarla en la fuente, que es Dios mismo, sanándose emocional y espiritualmente, para que pueda creer en la visión de un mundo donde “las espadas se convertirán en arados… nadie alzará la espada contra nadie, no se adiestrarán para la guerra… ni harán mal ni dañarán a nadie…” (Is 2, 4 y 11, 9).
En la conclusión, la invitación a “todos los católicos, creyentes y personas de buena voluntad” ante todo, a retomar el tema a nivel de la reflexión personal para verificar si somos realmente agentes de paz, y una serie de llamamientos que derivamos a la lectura completa de la Carta Pastoral. a la lectura completa de la Carta Pastoral.
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