CRACOVIA, Polonia (OSV News) -- Durante su visita apostólica de 2016 a Polonia con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco visitó el lugar donde se encontraba el campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, en Oswiecim.
Se dirigió hacia una celda oscura en las barracas del Bloque 11, apodado el “bloque de la muerte”, donde los nazis torturaban sin piedad a los inocentes. El Papa se sentó tranquilamente con la cabeza inclinada en la diminuta celda, iluminada por la tenue luz.
Sin embargo, no se trataba de una celda cualquiera: era la celda donde San Maximiliano Kolbe, fraile franciscano conventual polaco, pasó sus últimas horas, muerto de hambre y deshidratado antes de que le administraran una inyección letal de ácido carbólico.
Él fue canonizado por San Juan Pablo II en 1982, la Iglesia Católica conmemora su martirio el 14 de agosto.
En julio, como medida disuasoria tras la fuga de un prisionero, los nazis seleccionaron a 10 prisioneros para morir de inanición en el Bloque 11, entre ellos Franciszek Gajowniczek, un soldado polaco que, al ser llamado, lamentó no volver a ver a su mujer y a sus hijos. San Kolbe dio un paso al frente y se ofreció a ocupar el lugar de Gajowniczek, lo que el comandante nazi aceptó.
Llevado al “bloque de la muerte”, San Kolbe fue uno de los pocos prisioneros que quedaban con vida tras dos semanas privado de comida y agua, donde murió el 14 de agosto de 1941. Su cuerpo fue incinerado en Auschwitz el 15 de agosto, fiesta de la Asunción.
Para el padre franciscano Piotr Bielenin, director del Instituto de Estudios Franciscanos de Cracovia, el sacrificio del sacerdote polaco no fue sólo por Gajowniczek. “En aquel momento decisivo, dijo al Lagerführer (jefe de las SS): 'Soy un sacerdote católico', es decir, 'quiero ofrecer mi vida por alguien, como Cristo hizo por nosotros'”, explicó el padre Bielenin.